Tú deberías despertar asombrado porque has logrado sobrevivir a la hoz de aquella compañera que te acecha cada segundo de tu vida, de hecho no podría alguien nombrarse vivo omitiendo que en ese mismo instante podría morir. Pero no, despiertas siempre igual, intentando borrar de tu oído la frecuencia que te hace dirigir la atención hacia tu progenitora, quien alaba y le da gracias al ser con el cual ya no te interesa debatir si existe o no, pues a la larga te estorba. Pero yo, sobresaltado, escucho un par de segundos aquel animal, que al menos esta noche, pudo luchar para que no aminorase su paso aquella compañera de bata negra y humeante, denominada muerte.
Intento recobrarme del letargo casi letal provocado por la noche, y al final logro salir de ese estado lamentable en que no sé diferenciar la realidad del sueño. Las huellas de lo que mi inconsciente me puso hace un par de horas, quizá minutos, quizá segundos; empiezan a confundirse entre sí y a medida que el reloj marca el paso se van volviendo cada vez más vagos. Intento fallido es reconstruir aquellos juegos mentales, pero afortunadamente (¿o tal vez desafortunadamente?) la frase que me acompañó a hundirme en la noche aún retumba mi sien como un martillo incansable.
Me daré cuenta más adelante que la realidad de este mundo concupiscente empieza a acomodar la frase…y alguna vez rayando en clase mi desordenado cuaderno de una materia que no es para todos, o que esos todos quieren y hacen que así sea; escribí que la verdad consiste en una relación estrecha entre la palabra y la realidad que esta enuncia. Tal vez sí, soy diferente, soy anormal, soy a este mundo un desacomodado, un estorbo, una cabeza que sobresale de la multitud y que por tal debe ser podada para evitar inconvenientes.
Autor: David Rincón Santa