Desciendo del auto que ha dejado enfrente de mi casa. Empujo un poco la puerta que los ladrones han dejado abierta. Sin mucha prisa asciendo por las escaleras y cada peldaño recuerda mis olvidos, ¿u olvida mis recuerdos?
Con dificultad logro llegar a la cima donde los ladrones han dejado un Jesús vuelto Cristo llorando. Me increpa desde la cruz a escupirlo; y debí haberlo hecho pues odio la imaginería religiosa, pero decido mirarlo fijamente.
¿Qué te sorprende? – pregunta su mirada.
La cantidad de crucifijos diseminados por el planeta y la falta de amor que los acompaña...Como si en lugar de retener el mal, lo propagaran... – digo y me detengo de repente.
¿Qué sucede? – me incita – ¿No eres capaz de mirarme a los ojos para decirme tales barbaridades? Sabes muy bien que nada de lo que ahora pasa es mi culpa...
Lávate las manos, al fin y al cabo es lo más sencillo – me acerco un poco más para mirarlo eternamente y ver el reflejo de mis ojos ardiendo en los suyos –, o respóndeme, ¿dónde estabas cuando sucedió? Si tanto te invoqué en esos momentos, ¿por qué no apareciste miserable?
¡Otro idiota! – me interrumpe – Con razón la situación actual, ¿crees que rezando te ganas algo? ¿Qué esperabas, que bajara el Espíritu Santo con lenguas de fuego para que los quemaras, que el río de automóviles se abriera como las aguas del río Jordán para que tu pudieras huir, o que yo me bajara de la cruz y les mostrara mis llagas para que se asustaran?
No lo soporto, continúo mi camino. Me abro paso entre las sillas, que ahora me resultan inútiles, que me impiden cumplir mi destino.
Llego al cuarto que ahora pone cara de extraño, levanta una ceja pero no logra entender mi situación; a fin de cuentas sólo quien vive tal cosa puede sentirse tan impotente.
Abro la puerta del ventanal por donde suele asomarse el sol. Salgo a la terraza donde diviso la gran noche. La espléndida noche. Ésa compuesta de nubes pero no de una luna porque la luna se la han robado..dizque bendice a tu prójimo... ¡Benditos sean ladrones por robarnos la luz de la luna! (que hoy debería estar llena pero la han vaciado). Y de paso, ¡benditos ladrones porque nos han robado la luz pública y todas las entidades de servicios públicos!
Diviso el panorama. El valle de Aburrá. Medellín, Bello, Itagüí, Envigado... ¿lugar de Dios? Y observo un poco más allá, en las colinas, en las montañas invadidas de pequeñas bombillas que van encendiendo su luz al ton y al son de la noche. Ese mundo de casitas que se han robado el paisaje, que han cmabiado el panorama...han reemplazado la naturaleza por hogares para que habite la digna meleza humana.
Y en una de ésas, en uno de esos focos de luz debe habitar el ser que hoy se atrevió, el que giró la ruleta al azar para que la bolita me cayera a mí, hoy a plena luz del día, cuando el Sol imponente se alzaba con su vestidura de mediodía y Dios impotente observaba lo que sucedía.
No he conocido ser más cínico – ¿él o Él? –. De hecho los nervios no me dejaron concentrar y mi memoria en este instante no distinque ni recuerda su rostro. Rojo; el semáforo en rojo precedió mi desgracia. Todo sucedió en contados instantes. La moto se acercó inmiscuyéndose entre la bandada de autos que esperanzados ansiaban el cambio del semáforo. Sacó su revólver...entregué mi celular, las gafas de sol de buena marca que protegían mis ojos...y la cadena, la que mi papá me dió cuando me gradué. De la cual colgaba el cristo que había sobrevivido años antes cuando a mi papá le arrancaron del cuello la camándula de la que pendía.
Me imagino ahora sacando un revólver de mi bolsillo trasero. Esta noche le apunto a la ciudad, a una y todas las casitas-bombilla que se han robado el paisaje. Aprieto el gatillo para que salga la bala sin-rumbo y sin-sentido, tan similar a la vida. La vida es como una bala. Un día salimos disparados sin darnos cuenta, no sabemos hacia donde ir. Nos vamos gastando sin justificación alguna, hasta que cierto día elegimos, o la fortuna lo hace por nosotros, terminar estampillados en algún ataúd.
De modo que disparo a la ciudad culpable, a la que me ha robado, a la que me ha degenerado y me ha llevado de la mano por la senda... ¿correcta o incorrecta? Ya no puedo saberlo. Esa ciudad que frustró mi intento por ser un ciudadano, ciudad ladrona y asesina. Disparo en símbolo de lo que no pude hacer: contratar a un sicario, dirigíendome a una oficina para pedir permiso (como si la Muerte lo hiciera), hablarles de lo sucedido y dejar que las cosas fluyeran; que el semáforo de Envigado cambiara de rojo a verde y nadie se diera po enterado de lo sucedido: que me robaron cosas de valor, pero no me robaron lo más valioso: mi vida.
De modo que le disparo a la montaña, no mato a nadie, eso no es de seres humanos, no sean estúpidos, no le busquen justificación a lo injustificable: un asesinato, la idiotez humana en su más alto nivel. Y mientras disparo presiento a los ladrones que dejaron la puerta abierta, se acercan cada vez más al ventanal, cada vez más a la terraza. Un ladrón dizque policía que porque yo mandé matar a un tal sicaro Sin-nombre con número de cédula cien millones cuatroscientos noventa y a nadie le interesa. Otro ladrón de un tal Monasterio San Asesinos Católicos que porque en este país no se aceptan ateos... (tal vez por eso el crucifijo de enfrente de las escaleras soporta ahora el frío del piso. Lo han tumbado porque a la luz de la cristiandad actual el Cristo Real es un verdadero ateo contra-corriente).
Y con tales engendros de ladrones detrás mío, analizo la ciudad muerta, asesinada por un balazo de mi revólver. Mientras mueren muchas Vidas y viven muchas más Muertes.
David Antonio Rincón Santa